¿Es legítimo que el Estado tenga políticas culturales? Parte I
En la construcción de una sociedad justa y equitativa, que implica hacerse cargo de la multidimensionalidad de los seres humanos, en donde el derecho a la cultura y la libertad de expresión no estén limitados por la dinámica del mercado, es necesario entender -en primer lugar- de qué hablamos cuando hablamos de cultura. Antropológicamente, la concepción de cultura abarca un amplio universo de actividades, comportamientos y creencias adquiridas por el ser humano –como ser social- durante las etapas iniciales de aprendizaje. Podemos hablar de los procesos evolutivos del ser humano como especie, en cuanto al proceso de conocimiento del mundo, la adquisición de un pensamiento simbólico y finalmente de un amplio aparato lingüístico, el cual posibilitó el aprendizaje generacional de la cultura, como elemento distintivo y esencial del único animal conciente. Podemos hablar del hombre creador de cultura, y creado por la cultura, como una relación dinámica, indisoluble y eterna. Nacemos como seres humanos en un mundo que a través del tiempo -y sus cambios- logra hacerse objetivo a partir de la unión de diversos acontecimientos aparentemente aislados, pero que buscan un mismo origen (una fuente) que identifique y relacione al ser y su entorno. La reunión, entendimiento e interpretación de estas cosas, crea una base cultural que se recrea constantemente, debido estas relaciones dinámicas, y siempre cambiantes. Este proceso dual nos hace ser hombres y nos entrega las bases para construir el sentido de la vida, una realidad que nos une y nos hace iguales -y a la vez- nos individualiza y nos hace distintos. Entendiendo la cultura como base del ser humano, el cual posee la capacidad de organizarse en su entorno y territorio específico, surge el concepto de Nación y Estado. Nación, como arma ideológica para protegerse de las culturas dominantes- las cuales suponían la inferioridad de las poblaciones y las culturas dominadas- y a través de la cual se obtenía identidad nacional como identidad cultural integradora, basada en una continuidad biológica de relaciones de sangre, una continuidad espacial de territorio y una continuidad lingüística; y el concepto de Estado, aparato encargado de velar por el orden y protección de la ciudadanía. |