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sábado, octubre 11, 2008
Pensamiento Latinoamericano

Modernidad e integración en manos de la elite

¿Cuál es la igualdad que se construye en Latinoamérica?

Introducción

Pensar Latinoamérica como un todo parece ser, hoy en día, una utopía. “Nuestra América” de José Martí, esa en la que “los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos.”[1] ha desaparecido bajo el poderoso manto de un sistema que todo lo cubre, desacreditando esa lucha contra el imperialismo, considerándola ya sólo una idea romántica, algo inviable, imposible, iluso. Si no puedes contra el enemigo, únete.

Sin embargo hoy, Latinoamérica parece tener más “enemigos” que nunca. Seguimos siendo un eco de los países desarrollados. Un eco distorsionado, que intenta copiar el modelo del centro en una periferia que lucha contra aquella condición, pero que contradictoriamente reniega de su propia historia indígena; que lucha contra el modelo ya [mal] instaurado en sociedades profundamente desiguales socioeconómicamente, mientras intenta competir en el gran mercado internacional, al cual – volvemos a las contradicciones- culpa de sus desgracias. Somos enemigos del sistema, pero queremos pertenecer a él; somos enemigos de nuestros vecinos, pues queremos ser más; somos enemigos de nosotros mismos, pues nos negamos constantemente.

La lucha hoy es múltiple. Los países latinoamericanos juegan con las reglas del mercado y de la modernidad imperante a nivel global. Modernidad que sólo en los países desarrollados alcanzó el progreso completo de sus sociedades (educación, urbanización, democracia), mientras que nosotros -si hoy podemos unirnos como latinoamericanos es sólo para hablar de nuestras falencias y desgracias, pues a la hora de hablar de logros, todos quieren ser más- intentamos nadar a favor de la corriente del capitalismo, ahogándonos muchas veces en el intento.

Es entonces cuando surge el profundo cuestionamiento, ya no al sistema como tal, sino a la falta de decisiones en el contexto de América Latina, en torno a la modernización de nuestras sociedades. ¿Es posible pensar en una modernidad cultural, sin tener como base una modernización de nuestros sistemas socioeconómicos? Nuestros países carecen de políticas culturales en pro de una modernización cultural que asegure el acceso igualitario a la cultura, pues han estado tan ensimismados intentando PARECER desarrollados, que a nuestros gobernantes se les ha olvidado implantar un sistema de modernización social en contexto con nuestra historia, con nuestras sociedades, basándose en el progreso social de nuestros pueblos para llegar a SER desarrollados.

¿Se les ha olvidado, o simplemente les conviene mantener la desigualdad social, para seguir manteniendo el control en la élite que piensa, decide y hace por todos nosotros?

Para desarrollar esta interrogante, construiré un ensayo a partir de los textos de Enrique Dussel, Walter Mignolo, Néstor García Canclini y Alfonso de Toro. Los dos primeros autores me darán la base desde donde hablaré sobre la construcción y condición latinoamericana. Los dos últimos, serán citados de modo comparativo y analítico.

El camino Latinoamericano

Para discutir sobre la eterna condición periférica latinoamericana, y sus consecuencias en la estructura sociocultural actual, voy a hablar desde Enrique Dussel y su “Filosofía de la liberación”. En ella, el filósofo Argentino propone pensar la modernidad como un enfrentamiento con un “otro”, diferente, periférico y por lo tanto, no moderno.

Desde la conquista de América por el centro, el “nuevo mundo” se ha visto con los ojos del “no ser”. Es entonces cuando Europa se piensa moderna. “¿Son hombres los indios?, es decir, ¿son europeos y por ello, animales racionales? (...) son sólo la mano de obra, si no irracionales, al menos “bestiales”, incultos –porque no tienen la cultura del centro-, salvajes…subdesarrollados”.[2] La incapacidad moderna por reconocer la diferencia como algo aceptable, válido y que merece reconocimiento y respeto, comenzó con los conquistadores Europeos en una tierra que –según los cálculos- no existía, y ha sido el punto de partida en el proceso de deslegitimación de las culturas periféricas.

Concebida así por el centro, América comenzó su camino hacia la liberación, siempre planteándose frente al centro como la periferia, como el “otro”.

A partir de esa conciencia inferior frente al conquistador, la filosofía ontológica de la periferia nació con el afán de libertad, “con el afán de pensarse a sí misma ante el centro y ante la exterioridad total, o simplemente, ante el futuro de liberación”. [3] Con esto, la emancipación latinoamericana tomó características específicas: quienes iniciaron el proceso de independencia fueron los criollos latifundistas insertos en una sociedad que no era moderna, que no poseía las estructuras modernas de sociedad ni de ejercicio del poder. Es así como el modernismo, entonces, llega a Latinoamérica como una ideología impuesta desde una élite criolla que no hace otra cosa que repetir las ideologías del centro, e instalarlas en una periferia que anhela ser como el centro, alienándose para conseguirlo. “El pensamiento crítico que surge en la periferia –la cual habría que agregarle la periferia social, las clases oprimidas, los lumpen- termina siempre por dirigirse hacia el centro. Es su muerte como filosofía; es su nacimiento como ontología acabada y como ideología. El pensar que se refugia en el centro termina por pensarlo como la única realidad. Fuera de sus fronteras está el no-ser, la nada, la barbarie, el sin- sentido”.[4]

A partir de esto, la construcción de una Latinoamérica moderna carece de las bases necesarias para un real funcionamiento en nuestros países, quedando atrapados en lo que otro filósofo argentino, Walter Mignolo, señalaría bajo el nombre de “colonialismo”, como la ideología oculta de la modernidad. Volvemos a depender de un centro, ahora económicamente. “Es decir que el imperialismo y el colonialismo son dos caras de la misma moneda, como la modernidad y la colonialidad, en tanto están vinculados con el mercantilismo, el libre comercio y la economía industrial”.[5]

Si bien al comienzo fuimos el “otro” respecto de Europa, con el paso del tiempo y la expansión del mercado capitalista hacia todo nuestro continente, fue la América Angloparlante la que dominó esta nueva lógica, alzándose como el centro, desplazando a nuestros antiguos conquistadores. Es la idea del “Panamericanismo”[6] -como proyecto homogenizador e impulsor de un imperialismo ideológico que se quiere imponer en toda la región-, el nuevo enemigo entonces de una América Latina que continúa siendo periferia, pero que intenta funcionar con las leyes de centro.

Y es dentro de esa lógica que el modernismo sin modernización socio-política se vuelve inhumano. El contradictorio proyecto moderno en Latinoamérica, al no tener un “otro” ante quien pueda sentirse moderno, crea al “otro” dentro de sí mismo.

Hoy ya no sólo somos el “no-ser” con respecto al centro. Ahora somos periferia con una periferia “interna” compuesta por todos los marginados de este sistema. Los hijos de la modernidad sin modernización.

Producción y comprensión cultural en manos de la elite

Es sabido que el primer paso en la educación regular, es la alfabetización. Pero, ¿qué es la alfabetización? ¿Es, solamente, saber leer y escribir? Según la definición de la UNESCO, alfabetizar es “poseer la capacidad para leer y escribir –comprendiéndolo– un enunciado sencillo y breve sobre la vida cotidiana”.[7]

Y si bien existen programas especiales para la alfabetización de los países con niveles más bajos en Latinoamérica (incluso estamos en la década de la alfabetización de las Naciones Unidas 2003-2012)[8], la pregunta que podríamos hacer es la siguiente: ¿Basta sólo con enseñar a leer y escribir?

La participación social en los procesos culturales no se ve enmarcada sólo en la posibilidad de leer y escribir. Hoy en día, es mucho más complejo.

Podríamos nombrar a muchos y reconocidos exponentes de la literatura Latinoamericana, pero también podríamos preguntarnos ¿dónde han estudiado? ¿dónde han publicado sus libros? ¿en qué ambientes se mueven? ¿a qué precio venden sus obras?

La producción literaria en Lationoamérica ha alcanzado el nivel de literatura moderna y sin embargo ¿hay público capacitado para comprar, leer y más aún, comprender sus obras? El antropólogo Argentino, Néstor García Canclini señala que “Para apreciar una obra de arte moderna hay que conocer la historia del campo de producción de la obra, tener la competencia suficiente para distinguir, por sus rasgos formales, un paisaje renacentista de otro impresionista o hiperrealista. Esa ‘disposición estética’ que se adquiere por la pertenencia a una clase social, o sea por poseer recursos económicos y educativos que también son escasos, aparece como un ‘don’, no como algo que se tiene sino que se es”.[9]

La mayoría de los literatos, filósofos y académicos latinoamericanos ha debido estudiar en el extranjero -en el “centro”-, y cuando algunos de ellos retornan al continente que los vio nacer, la popularidad de sus obras se mantiene sólo en una esfera reducida de personas capacitadas, que han estudiado -al igual que ellos- en universidades extranjeras, o que han tenido la suerte de pertenecer históricamente a la élite de sus respectivos países.

Es así como el quehacer del artista moderno “(...) está condicionado, más que por la estructura global de la sociedad, por el sistema de relaciones que establecen los agentes vinculados con la producción y circulación de las obras”.[10] Es decir, a pesar de que el artista quiere legitimarse sólo en el ámbito cultural, depende de aquella élite que puede entender, comprar y comercializar sus obras.

La producción cultural en las redes del mercado, si bien otorga a la obra una condición de “mercadería” que se puede vender y comprar en cualquier parte, poniéndolas a disposición de cualquier consumidor, excluye obviamente a quienes no tienen el poder económico para comprar un ejemplar, o a quienes no tienen la educación para comprenderlas.

Ya no basta sólo con potenciar la alfabetización y la educación de nuestras sociedades. El problema radica una vez más, en la condición de periferia de los marginados de nuestros sistemas, quienes no tienen las opciones ni para comprar ni para entender los productos culturales.

Hibridización y globalización

Continuando con la idea anterior, podemos hablar de una modernidad de Latinoamérica, sólo refiriéndonos en esos términos a la literatura producida en nuestros países y no a todo el sistema instaurado, pues como señalé anteriormente, nuestros países no tienen las condiciones socio-económicas ni políticas para que el modelo se establezca plenamente y, más aún, ha vivido el proceso de modernidad sin que ésta vuelva obsoletas nuestras antiguas formas de ser latinoamericanos, sino más bien, sacándolas del territorio que les pertenece, alienádolas y desconfigurándolas. El Mapuche, hoy en día, ha debido migrar del campo a la ciudad y lo único que conserva son recuerdos que ni él ni su cultura han construido, reminiscencias trastocadas, a-históricas, de su cultura prehispánica, transformando el valor étnico en mística popular.

Es esta condición latinoamericana de “hibridez” la que desarrolla Alfonso de Toro en su texto “El debate de la poscolonialidad en Latinoamérica”. El autor sugiere la idea de que “la diferencia específica de Latinoamérica frente al llamado ‘centro’ es excluyente y dogmática y no hace posible una apertura que ofrezca la oportunidad para superar barreras impuestas por la especialización de los diversos campos del saber y de la cultura (…)”.[11]

De Toro explica que las condiciones desventajosas en las que se encuentra Latinoamérica frente al centro -en donde vemos la yuxtaposición de tradiciones indígenas, del hispanismo colonial y de acciones políticas, educativas y comunicacionales modernas- nos enfrenta a esta categoría híbrida de nuestros países. Un hibridismo que se ve reflejado en la “interacción entre cultura de masas, cultura popular y ‘alta cultura’ con vista a una recomposición de lo social cotidiano y repara en una dinámica en donde se articulan lo local y lo cosmopolita, atravesados por el dualismo entre la inercia tradicional y los anhelos colectivos hacia una vida moderna”.[12]

Esta idea de lo híbrido en Latinoamérica nos sitúa bajo la suposición de que nuestros países son, en su conjunto, una pluralidad de culturas homologadas, de una “interacción de culturas fragmentarias dentro del propio sistema cultural nacional o latinoamericano (…)”,[13] es decir, una construcción en base a elementos de distinta naturaleza. Es el Mapuche viviendo en la ciudad –no por opción propia- sino porque su entorno natural en el que históricamente su pueblo se desarrolló, ya no le es propio. Es una expropiación forzada, e ignominiosamente legal.

La hibridización de Latinoamérica presupone la [nefasta] integración de lo “otro” dentro de este sistema. El indígena, la mujer, los marginados, son invitados a participar de este nuevo régimen. Los pueblos originarios son redefinidos y resignificados dentro del sistema que ahora también será de ellos, no sin antes convertir sus verdades culturales sacándolas de sus contextos históricos, para insertarlos en este nuevo modo de existencia llamado “lo popular”.

Para el autor, la hibridez es la manipulación conciente del sincretismo que se da en Latinoamérica, destruyendo cualquier posibilidad de relativización. Hay una sola manera, un sólo sistema, un único mercado. Cualquier posibilidad fuera de las reglas del capitalismo es neutralizada por un sistema que te ilusiona con el sentido de pertenencia.

Esta hibridez –como idea de una integración que es irreal- se afirma más aún en el fenómeno de globalización, el cual se articula inicialmente bajo las leyes del incremento del capital, recodificando, reorganizando y descentralizando el mundo, transformándolo en un espacio común e híbrido. “Mientras que la elites económicas y políticas –en particular de las naciones industriales- gozan de los resultados positivos de la globalización, los negativos los experimenta la mayoría de la población en particular de los países subdesarrollados o en vías de desarrollo, en cuanto que una enorme competencia de expansión tiene lugar manifestándose en el capitalismo neoliberal con la claudicación del estado de bienestar y de los beneficios sociales”.[14] Nuestro Mapuche que vive en la ciudad entonces, debe vender sus productos con las reglas del mercado, pues debe aprender a vivir dentro de él, actuando como si perteneciera a este, mientras que el que sí pertenece lo ve como “el otro”, el indiecito que vende sus artesanías.

Para el autor, la globalización continúa el proceso iniciado con el colonialismo al transformar las formas de relación de la periferia, exigiendo reformulaciones, generando “por una parte una ‘deslocalización’ y por otro una ‘proliferación’ de los centros”.[15]

Como resultado, la producción y reproducción cultural de nuestros países encuentran en la globalización, la posibilidad de ser reconocidas en un mundo de culturas múltiples, las cuales sin embargo, pierden su sentido, convirtiéndose en piezas mercantiles, de fácil y rápida transacción en el mercado. “Globalización significa en este contexto, un neoliberalismo sin rostro (…)”[16] , oculto bajo las redes de un gigantesco sistema, el cual ya no tiene núcleo ni identidad. Volvemos a preguntarnos entonces ¿contra quién debemos luchar?

Conclusiones: El discurso de América Latina

La construcción de Latinoamérica moderna está entrampada en las leyes del sistema imperante, impuesto sin mesura en nuestros países. Dada la falta de historicidad[17] con la cual se ha construido esta América Latina capitalista, no podemos esperar que el discurso latinoamericano posea hilos conductores válidos entre nuestro pasado colonial y el presente que intenta ser moderno. La poca atención dada a los aspectos del pasado de cada uno de los pueblos Latinoamericanos ha llevado a la erradicación de cualquier intento por valorar la pluralidad de culturas, construyendo descontextualizadamente sistemas que pretenden homologar a nuestros países. ¿Es esa la igualdad que necesita el pueblo Latinoamericano?

Repensar el discurso de América Latina implica comprender los procesos individuales, los saberes locales de cada cultura. Para ello, necesitamos identificar contra quién nos enfrentamos.

El poder hoy, no tiene rostro ni procedencia. Está en el corazón del modelo implantado que crece a pasos agigantados gracias a la globalización. Y es en ella -y no desde fuera- que se debe reflexionar sobre las posibilidades de nuestros intelectuales latinoamericanos. Rescatar la literatura subversiva y pluralista podría ser parte del proceso de reformulación del campo intelectual. Pero no es suficiente con tener una floreciente literatura latinoamericana si nuestros Estados no son capaces de recuperar el poder frente a las élites económicas y políticas. Las discusiones deben girar en torno a las limitaciones del mercado. No basta con tener un discurso teórico sobre el proceso correcto de emancipación e integración de los pueblos Latinoamericanos. Deben crearse leyes, regulaciones y representaciones políticas que permitan concretar la teoría filosófica e iniciar un proceso abierto y legítimo que contemple la educación y difusión a través de medios formales y fidedignos. Así, podremos otorgar el lugar de significación que les corresponden a nuestros pueblos, evitando la hibridización que los transforma en el “otro”, en la mano obrera, en “lo popular”.



[1] “Nuestra América”, Martí, José. Publicada en La Revista Ilustrada de Nueva York, el 10 de enero de 1891. En http://www.analitica.com/BITBLIO/jmarti/nuestra_america.asp

[2] Dussel, Enrique. “Filosofía de la liberación”, Editorial Edicol, México, p. 12.

[3] Dussel, Enrique. “Filosofía de la liberación”, Editorial Edicol, México, p. 13.

[4] Ibíd, p. 14.

[5] Mignolo, Walter. “La idea de América Latina. La herida colonial y la opción decolonial”, Editorial Gedisa, 2007. p. 106.

[6] Loc. Cit.

[7] http://portal.unesco.org/education/es/ev.php-URL_ID=35964&URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

[8] http://www.un.org/spanish/events/UNART/literacygallery/pages/intro.html

[9] García Canclini, Néstor. “Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad”. Editorial Paidos, Nueva Edición. p. 55

[10] Loc. Cit.

[11] De Toro, Alfonso. “El debate de la poscolonialidad en Latinoamérica. Una postmodernidad periférica o cambio de paradigma en el pensamiento Latinoamericano”. Editorial Iberoamericana y Frankfurt y Main: Vervuert, 1999. p. 44.

[12] Ibíd., p. 55.

[13] Ibíd., p. 57.

[14] De Toro, Alfonso. “El debate de la poscolonialidad en Latinoamérica. Una postmodernidad periférica o cambio de paradigma en el pensamiento Latinoamericano”. Editorial Iberoamericana y Frankfurt y Main: Vervuert, 1999. p. 60.

[15] Loc. Cit.

[16] De Toro, Alfonso. “El debate de la poscolonialidad en Latinoamérica. Una postmodernidad periférica o cambio de paradigma en el pensamiento Latinoamericano”. Editorial Iberoamericana y Frankfurt y Main: Vervuert, 1999. p. 60.

[17] Entendida como construcción de sentidos a partir de la experiencia humana, no histórica, en el contexto de cada pueblo latinoamericano.

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jueves, marzo 13, 2008
Son legítimas las políticas culturales??

Parte IV (final)


La cultura en tiempos modernos (o post-modernos) implica, tanto la capacidad individual de ser receptores activos, como el trabajo a nivel organizacional -de instituciones y del Estado- en la formación de políticas culturales que favorezcan la amplia participación y desarrollo cultural, la diversidad expresiva y –en términos económicos- una mayor accesibilidad a la producción cultural.

No es posible pensar en cambiar la dinámica reinante en nuestros tiempos. Sí podemos exigir que se proteja y respete el mundo cultural, tal como se señala en la Convención sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales, aprobada por la UNESCO en octubre de 2005, promoviendo las diversidad de expresiones y fortaleciendo la cooperación y solidaridad internacionales, legitimando estas políticas -cada vez más comprometidas por los tratados de comercio entre las naciones[1]- cuidando a los países pequeños de la transculturación, lo cual traería consigo la pérdida de culturas valiosas para la humanidad.

No sólo es legítimo que el Estado tenga políticas culturales. También es necesario.

La invitación, es establecer políticas culturales que den a entender al individuo la importancia que tiene en la revalorización y desarrollo de la propia cultura, valiéndose del impulso y orientación de organizaciones sociales y políticas, para redescubrir las necesidades culturales de un país desorientado, y a veces indefenso, ante el poder desmedido de la globalización y el libre mercado.



[1] Diversidad y alteridad: El desafío de las Industrias Culturales en América Latina. Paulo Slachavsky, Febrero 2007.

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Son legítimas las políticas culturales??

Parte III

¿Quién vela por los intereses de una ciudadanía que necesita ser escuchada? ¿Quiénes deciden qué es lo realmente importante para nosotros, como sociedad civil?

Y cuando se trata de elegir, de tener un criterio para decidir qué “carga cultural” se debe entregar -al menos lo básico para mantener un nivel aceptable- en un mundo multicultural y abierto a la transculturación (cuyos estragos podemos ver en países tan distintos al nuestro como Japón, el cual está perdiendo a pasos agigantados su identidad cultural, al “venderse” al capitalismo), surgen dudas en torno a qué tipo de políticas culturales deben ser integradas por el Estado, ya sea de tipo netamente económicas, como bajar impuestos y proporcionar accesibilidad, o un cambio en torno a la diversidad de opciones culturales. Lo ideal, sería ambas.

El estar abierto a la adopción de costumbres y culturas extranjeras debe considerar los riesgos de la transculturación: aunque en Chile está de moda el sushi, la empanada no pierde su popularidad. Se trata de sumar, y no reemplazar.

Sin embargo, existe un tema paralelo, directamente vinculado con el rol de la sociedad civil, que tiene que ver con la “flojera cultural” en nuestro país. Es decir, cuánta prioridad le da la gente, a la necesidad de culturizarse. Si bien, el nivel de “ganas” tiene mucho que ver con el nivel socio-económico de las personas, existe una profunda insensibilidad e indiferencia en torno al consumo cultural.

Hoy, la búsqueda y entrega de enriquecimiento cultural se concentra en medios pasivos como la televisión y el cine. Es más cómodo sentarse en una butaca de cine, o en el sofá frente al televisor, que tomar un libro o salir en búsqueda de alternativas culturales, muchas de las cuales se ofrecen gratis o a bajos precios, patrocinadas por municipalidades y universidades, que tienen una muy baja convocatoria, pues no se invierte lo debido en su difusión.

En consecuencia, el rol del Estado y sus políticas culturales debiera propiciar e incentivar la participación de los ciudadanos en instancias culturales, para lograr aumentar el número de población “culturalmente activa” [1], los cuales puedan hacer una fuerza social capaz de exigir y –por qué no- de crear elementos culturales.

La creación cultural y el ocio, visto como el espacio vital no-útil o de no-producción (y de sí-producción cultural, personal, individual), en el cual cualquiera puede disfrutar de la culturización, debería ser propiciado por el Estado, las empresas y los sistemas laborales. Esto también puede considerarse una política cultural, asociada a las leyes laborales, las cuales sólo piensan en la productividad asociada al resultado final, sin pensar en las consecuencias positivas que traería un mayor nivel de satisfacción cultural en sus empleados. Un trabajador satisfecho culturalmente podría ser, en potencia, un hombre mucho más productivo.



[1] “Política cultural después de Babel”, Eduardo Sabrovsky.

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Son legítimas las políticas culturales??


Parte II

Ahora bien, a pesar de la existencia de esta estructura social, en la cual debieran descansar los intereses de los ciudadanos, cabe preguntarse: ¿Cuál es la cultura que debe ser enseñada y aprendida por nuestra sociedad? ¿Quiénes deciden qué es Lo cultural? ¿Es, mí cultura, mejor que la tuya?

Estas son sólo algunas de las preguntas que, para muchos, han ido frenando y disipando el real significado y protección de la identidad cultural de los pueblos.

¿Por qué, en Chile, no se enseña nada (o muy poco) sobre la cultura aborigen?

Es cierto que Chile, como Estado-nación, ha resultado de la mezcla de los pueblos originarios y las distintas culturas “dominantes” de países colonizadores (en primera instancia España, luego colonos Alemanes, Árabes, Senitas, Yugoslavos, Croatas e Italianos), los cuales -todos juntos- han ido conformando la idiosincrasia chilena actual. Muchos podrían entonces postular que, en Chile, como país formado multiculturalmente, debiésemos saber de cada una de las culturas que formaron nuestro país. Tal vez es cierto. El punto está en respetar la diversidad cultural que fue base para lo que somos hoy, y en eso también caben los pueblos indígenas.

Ahora bien, si aterrizamos el tema al mundo actual, globalizado e inserto en la dinámica del mercado, debemos reconocer que la cultura se ha transformado en un bien de consumo más, con las características de bienes y servicios culturales, como portadores de identidad, valores y significado.[1]

¡Cómo es posible que la cultura haya sido transformada en uno de tantos elementos económicos, valorizado en monedas, cotizado en dólares!

El mundo moderno y su mecánica organizacional ha traspasado la labor de enseñanza a instituciones[2], dejando de lado el valor de la experiencia y los aprendizajes familiares, dando paso a la educación escolar o universitaria, estructurada y planificada en base a lo que “se debe estudiar y aprender” [3], todo esto manejado por una elite que exige billetes, a cambio de culturización.

Y es aquí cuando debemos ver las posibilidades que se nos presentan en el momento actual, sin añorar lo que fue, sino que utilizando las herramientas modernas para volver a potenciar nuestra cultura, integrándola al ritmo acelerado de nuestra sociedad de consumo, sin que en esto interfieran fines de lucro.

Es posible entonces, exigir que el Estado, como aparato político encargado de velar por el bienestar de la sociedad, asuma políticas culturales a favor de la desmercantilización, la protección, el respeto y la diversificación de la cultura.

No debemos conformarnos con que, en las clases de Historia, los (as) estudiantes aprendan más sobre los caprichos europeos a lo largo de los siglos, o sobre los políticos locos de la primera mitad del siglo XIX, que de nuestra historia -no sólo chilena- sino que Latinoamericana, como base de lo que somos en la actualidad.

El Estado no debiera permitir que el valor comercial de los libros presuponga la culturización de una “elite social”, los mismos que luego lucran con la cultura y toman decisiones sin siquiera pensar en el mundo popular, tanto o más rico culturalmente, que cualquier familia de mayores recursos.

No es posible, por ejemplo, que en Chile existan gigantes multinacionales que concentren la mayor parte de los medios de comunicación –quienes son parte importante de la construcción de realidad de un país, y por ende, portadores y difusores de cultura- como está sucediendo hoy con la venta de todas las radios de Ibero American Radio Chile, al enorme Grupo Prisa[4].

Es una vergüenza que, cerca de 12 radios chilenas, estén en manos de un conglomerado extranjero que no considera las necesidades culturales del país, y que sólo busca aumentar sus ganancias.

Y para qué hablar de la radiodifusión comunitaria. Hace algunos meses se envió al Senado un proyecto de ley que busca ampliar la libertad de expresión de manera que, en los espacios comunitarios y locales, los ciudadanos ejerzan la libertad de emitir opinión y la de informar por medio de la radiodifusión, además de crear identidad cultural local y regional[5]. Sin embargo, el proyecto de ley está en la Cámara de Diputados como un proyecto sin urgencia, es decir que –en el fondo- a los diputados poco les importa legislar sobre el tema, pues deben velar por cuestiones mucho más “importantes” para nuestro país, como los asuntos de Hacienda y Economía, siempre primeros en la agenda.



[1] Diversidad y alteridad: El desafío de las Industrias Culturales en América Latina. Paulo Slachavsky, Febrero 2007.

[2] “Política cultural después de Babel”, Eduardo Sabrovsky.

[3] Deschooling Society. Ivan Ilich en “Política cultural después de Babel”, Eduardo Sabrovsky.

[4] http://www.claxson.com/prensa/pdf/22-12-06_Claxson_vende_sus_radios_a_Prisa.pdf

[5] http://www.agenciadenoticias.org/?p=93

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Son legítimas las políticas culturales??

¿Es legítimo que el Estado tenga políticas culturales?

Parte I

En la construcción de una sociedad justa y equitativa, que implica hacerse cargo de la multidimensionalidad de los seres humanos, en donde el derecho a la cultura y la libertad de expresión no estén limitados por la dinámica del mercado, es necesario entender -en primer lugar- de qué hablamos cuando hablamos de cultura.

Antropológicamente, la concepción de cultura abarca un amplio universo de actividades, comportamientos y creencias adquiridas por el ser humano –como ser social- durante las etapas iniciales de aprendizaje. Podemos hablar de los procesos evolutivos del ser humano como especie, en cuanto al proceso de conocimiento del mundo, la adquisición de un pensamiento simbólico y finalmente de un amplio aparato lingüístico, el cual posibilitó el aprendizaje generacional de la cultura, como elemento distintivo y esencial del único animal conciente. Podemos hablar del hombre creador de cultura, y creado por la cultura, como una relación dinámica, indisoluble y eterna.

Nacemos como seres humanos en un mundo que a través del tiempo -y sus cambios- logra hacerse objetivo a partir de la unión de diversos acontecimientos aparentemente aislados, pero que buscan un mismo origen (una fuente) que identifique y relacione al ser y su entorno. La reunión, entendimiento e interpretación de estas cosas, crea una base cultural que se recrea constantemente, debido estas relaciones dinámicas, y siempre cambiantes. Este proceso dual nos hace ser hombres y nos entrega las bases para construir el sentido de la vida, una realidad que nos une y nos hace iguales -y a la vez- nos individualiza y nos hace distintos.

Entendiendo la cultura como base del ser humano, el cual posee la capacidad de organizarse en su entorno y territorio específico, surge el concepto de Nación y Estado. Nación, como arma ideológica para protegerse de las culturas dominantes- las cuales suponían la inferioridad de las poblaciones y las culturas dominadas- y a través de la cual se obtenía identidad nacional como identidad cultural integradora, basada en una continuidad biológica de relaciones de sangre, una continuidad espacial de territorio y una continuidad lingüística[1]; y el concepto de Estado, aparato encargado de velar por el orden y protección de la ciudadanía.



[1] Imperio, cap 2.2 “La soberanía del Estado-nación” p 115. Barcelona, Paidós 2005. Michel Hardt, Toni Negri.

posted by Alejandra Yermany @ 7:13 p. m.   0 comments
jueves, enero 03, 2008
La comparsa se unió a la fiesta porteña

Catanga y el candombe en el Carnaval Cultural de Valparaíso

Con sus tambores y colores, Catanga se movió de Santiago a la quinta región para hacer candombear a las miles de personas que fueron a esta maratónica jornada de Carnavales Culturales de Valparaíso, 2007.

Acá, la historia de un viaje, al ritmo del tambor.

¡Aguante Catanga!

En la plaza Bogotá esperaba el bus.

Grandote, con más de cuarenta asientos cómodos, aire acondicionado y espacio pa todos los tambores, el bus –gentileza de la organización- estuvo a la espera de los integrantes de Catanga por casi una hora.

El chofer, de unos 55 años, ni se imaginaba que iba a llegar a Valparaíso con varias canas más de las que el tiempo ya mostraba en su cabeza. Pobre loco.

Las chicas, con sus tenidas más informales, de chancletas, pantalones anchos y poleras hippies, subían poco a poco al bus, cantando canciones, riendo a carcajadas, celebrando el momento.

Gabriel Blanco era el gestionador. Iba y venía guardando tambores, metiendo cosas al bus, organizando a una tropa de locos candomberos que poco caso le hacían.

Arriba del bus, el chofer se agarraba la cabeza. Uno hora y cuarto de retraso y aún no partíamos.

¡¿Y ahora quién falta?!

Figari, el flaquito que se disfraza de gramillero, había ido a buscar un tambor más a su casa…o al menos eso decían dentro del bus.

Es que íbamos a Valpo más de 45 personas, y había pocos tambores. Catanga quería hacer retumbar las pequeñas calles del puerto con los sonidos del candombe. Tres pianos, varios chicos y unos cuantos repiques para lo que sería la mayor presentación del grupo en lo que va del año.

Y el día recién empezaba.


¡Pero qué sorete el chofer!

¿Todos listos? ¿No falta nadie?
El bus partió de Santiago pasaditas las 3:30 del Viernes 28 de Diciembre.
Con el aire acondicionado a full y todos cómodos, el viaje era perfecto.
El chofer salió por Vicuña Mackena.
¿Pero dónde va este loco? -se escuchaba en el bus.
Para el chofer, eso era el inicio del peor viaje de su vida. Y aún no lo sabía.
El Turco y su vozarrón uruguayo se escuchaba en todo el bus. Las bromas iban y venían y muy pocos estaban sentados en su lugar.
Las chicas jugaban a cantar en distintos tonos una frase que nadie entendía. Figari se preocupaba de los últimos detalles de su disfraz de gramillero, que esta vez iba a ser negrito. Muchos otros iban durmiendo, o al menos lo intentaban, ya que al fondo se habían agrupado los más revoltosos a tocar tambores.

Imagínense cómo iba el chofer. Fue tanto el despelote candombero dentro del bus que en un momento se escuchó por alto parlante “¡se pueden sentar por favor!”.

Pero nada importaba más en ese momento, que celebrar el logro de la comparsa por ser invitados al Carnaval.

Después de una hora y media el bus ya llegaba a Valparaíso. Los más flojos despertaban, los revoltosos ya estaban más calmados y la mayoría se deleitaba a través de las ventanas con el paisaje costero.

Ahora había que organizarse. ¿Dónde teníamos que llegar? ¿Quiénes nos recibirían?

La Cachi, que es como la mama vieja de la comparsa y que junto al Blanco, es gestionadora de la comparsa, tenía el itinerario.

Nos esperaban a “almorzar” (eran pasadas las 5 de la tarde) en un hotel-restaurante por el centro de Valparaíso, pero antes debíamos llegar al Teatro Mauri a dejar nuestras cosas, pues ahí se presentaba Agárrate Catalina –una de las murgas más importantes de Uruguay- y la idea era verlos y bajar desde el teatro con la comparsa, hasta la plaza de la Victoria.

Al menos ese era el plan inicial.

El chofer agarró vuelo y empezamos a subir por los cerros de Valpo. Debíamos llegar al Teatro Mauri. El bus giraba y giraba, se metía por calles cada vez más chicas, mientras los más relajados admiraban el paisaje desde las alturas.

El mar, los cerros, las casas sin orden. Valparaíso en pleno.

El bus seguía subiendo y los más temerosos se empezaron a asustar.

¡¿Dónde nos sheva este sorete?! –gritaba el Turco, que poco a poco se empezaba a calentar.

Más adelante, una de las chicas candomberas quería bajarse, y en todo el bus se empezó a contagiar la preocupación.

¡Che boludo, vos no sabés nada loco! Le gritaban al pobre chofer, que iba con los nervios de punta y con el pie a full en el freno. Métale curvas y el bus que ya no cabía en las pequeñas calles de los cerros. Una frenada fuerte y se desató la mala onda.

¡Loco, vos sos idiota! ¡El bus va sheno de gente boludo! ¡No podés frenar así!

El Turco se abalanzó con la cara roja hacia la cabina del chofer, que estaba atrapado en una curva imposible para el bus. Menos mal que estaba el Blanco adelante y que, entre varios, lograron calmar al Turco.

Loco, así no vas a arreglar nada, no ayudas poniéndote así- le gritó un par de veces Daniel, el “Blanco chico”, mientras todos pensábamos en la forma de salir de ahí. La curva era cerrada y la opción era retroceder.

El Blanco se bajó del bus y le preguntó a un auto que venía atrás cuál era la opción más lógica para salir de ahí. La opción era ir marcha atrás.

El Blanco se subió adelante con el chofer y le dio algunas indicaciones. El bus comenzó a retroceder lentamente mientras todos mirábamos hacia abajo. El bus iba por un caminito angosto y al lado había un barranco. La cosa ciertamente era preocupante, pero con calma, llegamos hasta una intersección de caminos, por donde el bus debía bajar.

Claro que para bajar, el bus debía ponerse frente al precipicio. Así de loco.

Hacia delante y hacia atrás, el bus comenzaba a acomodarse para dar la vuelta y descender. El problema es que la punta del bus miraba hacia el barranco y las frenadas del conductor no eran muy sutiles. La gente tenía susto y estábamos todos con la guata apretada, pero después de unas cuantas maniobras, el bus pudo girar y bajar. Lo peor ya había pasado.


¡Catanga, dale fuerte al tambor!

Llegamos a las 5 de la tarde a Valparaíso y sin embargo con todo el tour por los cerros porteños, arribamos al restaurante a las 6. Estábamos sanos y salvos y con más hambre que un Somalí. El problema era que, si queríamos comer, tal vez no alcanzáramos a ver a la murga, que empezaba a las 7. Pero el hambre era más fuerte.

El grupo se bajó del bus y sólo el Blanco y la Cachi siguieron hacia el Teatro Mauri. Debían descargar las cosas y organizar el próximo paso a seguir.

Los demás, ¡a comer se ha dicho!

En el restaurante nos esperaban varias mesas servidas. Pancito con mantequilla, empanadas de queso, sopita de no se qué, carne mechada con arroz, jugos, bebidas, vinos y postre. La comida sabía deliciosa, sobre todo después del susto y el mal rato en el bus. Había que sacarse la mala onda para seguir.

Era tanta el hambre, que todos alcanzamos a llegar al Teatro Mauri antes de las 7. Sin embargo, no había tiempo para ver a la murga, ya que a las 8 debía partir la comparsa cerro abajo. Había que vestirse y maquillarse.

En el Teatro ya se escuchaba la murga, mientras que tras bambalinas, en un salón subterráneo, los de la comparsa se ponían sus trajes.

Las mujeres, antes de chalas y ropa holgada, sacaban sus mejores ropas carnavalescas.

El maquillaje les daba el toque mágico de minas candomberas. Los tacos altos, los trajes, las falditas cortas. Todas se veían preciosas y estaban listas para matarse bailando cerro abajo.

Los hombres y sus trajes de comparsa. Los colores amarillos, negros, naranja, rojos, en perfecta armonía con los diseños de los tambores. Todo era fiesta. Todo era carnaval.

Muchos se escapaban a ver a la murga, que arriba presentaba un show espectacular.

Los dos niños presentes jugaban y se reían. Uno de ellos era parte de la comparsa. El otro pequeño tenía por encargo una estrella, que junto con unas lunas, una bandera tricolor y otras formas hechas en cartón, acompañaban la fiesta de la comparsa Catanga.

Todo estaba listo a las 8 en punto, y sin embargo la organización había decidido aplazar un poco el comienzo. Pero mejor así, pues mientras algunos arreglaban los últimos detalles, otros se turnaban para ver a Agárrate Catalina, que terminaba su show con una ovación de pie por parte del público.

El Blanco, el Rasta, el Turco y los demás hombres de la comparsa calentaban el cuero de sus tambores en una fogata improvisada. Las mujeres, a pesar del frío, comenzaban a quitarse los abrigos. La adrenalina del momento bastaba para entrar en calor.

Los murgueros de la Catalina salieron del teatro y la misma gente que había visto el espectáculo se unió, entre risas y buena onda, a compartir con la comparsa.

Ya era hora de avanzar.

Los pianos dieron la partida y el retumbar de los tambores comenzó a llenar de magia las calles de Valparaíso.

Bajando por Hierbas Buenas hacia dónde nos guiara el instinto, la comparsa resonaba en cada rincón, mientras la gente los seguía cerro abajo, bailando, aplaudiendo, sonriendo.

Por las ventanas, la gente salía a celebrar. La comparsa y su grupo de bailarinas iluminaban todo a su paso. Las chicas saludaban a la gente al pasar y los tambores sonaban cada vez más fuerte.

La caminata fue larga y empinada, pero el candombe hacía olvidar el cansancio e invitaba a todos a bailar.

Al llegar abajo, vimos con asombro que el carnaval ya había comenzado y que muchos otros grupos ya desfilaban a través de la gente que se acercaba a mirar y gozar del carnaval.

Catanga venía desde el cerro y debía sumarse al desfile.

Poco a poco se fue dejando el paso a la comparsa, que con la fuerza de los tambores, llamaba la atención de todos los espectadores hacia ellos.

Las bailarinas hacían lo suyo. Moviéndose al ritmo del candombe, las chicas agitaban sus pequeñas faldas. Tres de ellas andaban sólo con bikini, y parecían hipnotizar a los que miraban, entusiasmados, cómo la comparsa Catanga se metía en pleno en el desfile de comparsas hacia el gran escenario final.

El efecto de las pequeñas calles de Valparaíso, adornadas e iluminadas, le agregaban magia al sonar de los tambores. Adelante, un grupo de no más de 10 Hare Krishna intentaban llamar la atención con unos pequeños platillos, pero la fuerza de Catanga y sus tambores parecía aplastarlos. Sin embargo, había espacio para todos, y mientras íbamos llegando al escenario final, todas las comparsas y los grupos que venían en el desfile podían ser protagonistas del carnaval.

El escenario estaba rodeado por miles de personas. La gente bailaba todos los ritmos que se escuchaban. Cumbia, trotes nortinos, salsa, candombe, batucadas y ritmos circenses se mezclaban en una fiesta de todos, y para todos.

La ministra, que daba vueltas por todas partes, saludaba hasta a los vagabundos que se unían a la fiesta, mientras que los organizadores pedían que Catanga subiera al escenario. Había que terminar la fiesta con candombe.

Una vez arriba, un pequeño discurso del Blanco dio paso a la fiesta de Catanga y sus tambores. Las bailarinas aceleraban el paso y bailaban con más fuerza que nunca. Atilio, el único bailarín de la comparsa, daba vueltas por el escenario junto a los personajes principales del candombe, la mama vieja y el gramillero. Atrás, los tambores sonaban más fuerte que nunca y daban el punto final al segundo día de fiestas y carnaval en Valparaíso.


Y seguimos candombeando…

A las 11:15 de la noche estábamos todos en el bus. O al menos eso creíamos, ya que luego de unos minutos se corrió la voz de que faltaban dos chicas. Las únicas dos mujeres de la comparsa. De todas maneras, supusimos que se las arreglarían para llegar al Teatro y que nos encontrarían ahí.

El bus siguió su camino igual. Teníamos que ir a dejar las cosas al teatro en donde, por gentileza de la organización –y la módica suma de 50 lukitas- podríamos alojar. Había que descansar, sacarse el maquillaje, vestirse y bajar al pub-restaurante Brazil, en dónde nos esperaban con una cena a lo “té club”.

Eso sí, bajar nuevamente los cerros, esta vez sin tacos ni tambores, fue más simple.

En el restaurante, la mesa ya estaba lista y en los platos, una deliciosa entrada de lechuga, tomate, choclo, mayo, nos daba la bienvenida. Había que celebrar a Catanga, y qué mejor para eso que una buena y reponedora comida. El problema es que las dos chicas perdidas aún no aparecían, mientras las meseras ya nos tomaban el pedido y la mayoría comenzaba a comer.

Lo bueno es que sólo pasaron 5 minutos y las niñas perdidas estaban entrando al restaurante, con la ropa del candombe, cansadas y malhumoradas.

Durante algunos minutos se habló del tema, de porqué no las habíamos esperado, de porqué ellas no nos habían seguido, etc etc, hasta que los ánimos se calmaron y las chicas dieron vuelta la página, sucumbiendo ante la comida, que estaba deliciosa.

Pescado a la plancha con arroz. Un poco espinudo, pero muy rico. De postre, algo así como un babarois de frutilla, una cosa gelatinosa pero de buen sabor. Un brindis por Catanga, y otro por Daniel, que pasadas las 12 ya estaba de cumpleaños.

De vuelta al Teatro Mauri, nuestro hogar provisorio, y el cansancio acumulado invitaba a muchos a descansar de un lindo, pero largo día.

Claro que para otros, la noche recién comenzaba. Mientras algunos intentaban dormir, en la entrada al teatro se escuchaban las risas, el canto y los tambores de muchos que se quedaron candombeando hasta al menos las 6 de la mañana.

¡No me la pongás!- se escuchaba a Federico…quién sabe de qué hablaba.


Entre ronquidos y los gritos del Blanco, que intentaba despertar al grupo -a eso de las 11 de la mañana- el nuevo día se abría ante nosotros con un sol radiante.

Los uruguayos del grupo, mate en mano, comentaban las locuras de la noche anterior, mientras que de a poco la gente comenzaba a tomar conciencia de que debían comenzar a levantarse. Había que reservar pasajes para volver a Santiago.

Al final, y después de varios intentos por despertar a todos, se tomó la decisión de que cada uno podía hacer lo que quisiera.

Algunos bajaron a comprar los pasajes de bus, otros siguieron flojeando. El Blanco y varios más bajaron y se encontraron, a eso de las 12 del día, con Kanela, una comparsa que venía invitada desde el Uruguay. Aprovecharon de tocar juntos e intercambiaron abrazos y conocimientos.

El almuerzo corrió por cuenta propia. La idea era encontrarnos todos a las 5 de la tarde, en el 6º sector de Playa Ancha, para ver a la murga Agarrate Catalina, que se presentaba por segunda vez. El show estuvo lindo, sin disfraces y sin maquillaje, ya que el escenario era distinto: una cancha de fútbol. De todas maneras estuvo buenísimo, y nuevamente se presentó Kanela, aunque hay que admitir que Catanga no tiene nada que envidiarles a las comparsas uruguayas.

De vuelta, la despedida. A ordenar cosas, a dejar el lugar impecable. Cada uno con lo suyo y con lo nuestro, con las experiencias vividas todos juntos. Con el recuerdo, y con la ilusión de que se repita. Porque Catanga, tiene para rato.

posted by Alejandra Yermany @ 6:59 p. m.   1 comments
jueves, septiembre 20, 2007
Con el ritmo en la sangre


Triálogo y el candombe en Chile

Cuando hablamos de folklore en nuestro país, generalmente salen al baile la cueca, los trotecitos nortinos, la mitología chilota y los tan vilipendiados mapuches. Pero el folklore es mucho más que eso. Es parte de todos, la raíz de lo que somos y el punto de inicio y de unión de las tradiciones Latinoamericanas. Basta con mirar a nuestros vecinos para entender que existe un mundo aparte de sonidos de la tierra, y que es necesario abrir nuestras mentes a los exquisitos ritmos del cono sur.

Ariel, Andrés y Daniel, supieron poner en práctica todo el conocimiento, las ganas y el ritmo que fluye por sus venas, y fundaron el grupo Triálogo. Lejos de los clásicos sonidos juveniles y como buenos hijos de uruguayos, este trío de primos han hecho del folklore, y principalmente del candombe, un motivo de vida.

Pero ¿qué es el candombe?

Aunque suene enciclopédico, el candombe es un ritmo afro-uruguayo, propio del folklore del país del mate, en donde se funde la cultura de los antiguos esclavos negros llegados a América con el folklore uruguayo. En palabras simples, El candombe vendría a ser en Uruguay lo que la samba en Brasil –incluso se bailan similarmente y ambos tienen su máximo despliegue en un carnaval-, pero con tambores más rústicos y pesados, tocados con una mano y una baqueta, logrando un ritmo mucho más cercano al moderno “trance”. Para ser ejecutado requiere muchísimo más que ritmo. La fuerza y resistencia son esenciales para soportar el recorrido tocando sin parar durante una hora o más. Al grupo de tamboreros se le llama comparsa, y en carnaval su número oscila entre los 40 y 60 integrantes.


Para que el candombe suene armónico –y no como una ensalada de tambores - es necesario combinar los ritmos y golpes de tres tambores: piano, chico y repique.

El piano es un tambor grandote que aporta los sonidos más graves, el chico es más pequeño y de un sonido muy agudo y seco, el cual es el motor de la comparsa repitiendo incesantemente una misma figura desde el principio hasta el fin sin variación alguna. Por último, dando paso a la improvisación y a los cambios rítmicos, tenemos al repique.

Después de toda esta intro cultural, podemos volver a hablar de Triálogo. Este grupo, nacido a mediados del 2005, ha logrado algo nunca antes visto –o escuchado- en Chile. Ellos mezclan el candombe con ritmos de jazz y rock latinos, a veces algunas cuecas y bases de murga uruguaya, logrando un sonido agradable y suave, rico en armonías y melodías, pero muy intenso. Si bien la ejecución musical es uno de los fuertes de la banda, la letra de sus canciones merece tema aparte.

Triálogo tiene hoy 12 temas propios. Ariel Medina, el vocalista-guitarrista es quién compone, y junto con Daniel Blanco, bajista encargado de las segundas voces, hacen los arreglos melódicos. Las letras hablan de la vida y del amor, pero se alejan de las típicas palabrerías cursis de los cantautores poperos, dando paso a creaciones poéticas que logran –a través de lindas metáforas- unir las sensaciones humanas con la fuerza de los elementos de la naturaleza.

“Recuerdo que Ariel ya tenía un poco de lo que hacemos en la cabeza desde hace tiempo. Cuando era pequeño iba a los ensayos de El Pez, grupo anterior de Ariel, donde ya había gran influencia candombera en sus composiciones. Cuando empezamos a tocar, la verdad es que lo que nos unió fuerte fue la sangre. El candombe nos sale bien y lo disfrutamos mucho. Yo y Ariel, cuando podemos, compartimos mucha literatura y poesía, y los temas son muy muy evocadores. Con bellas palabras, de carácter universal y que invitan a reflexionar. Hablamos del ser humano y de la tierra que nos rodea. Del amor y el dolor, de la alegría y la tristeza. Y siempre con mucho empuje, mucho ritmo, y a veces mucho humor”-comenta Daniel.

Hasta ahora, el grupo se ha presentado ocho veces en distintos escenarios de la capital. Como cuenta Andrés Blanco, el batero, “al principio nuestro público era gente conocida, amigos y familiares que nos han apoyado siempre, pero en un par de lugares tuvimos muy buena recepción de la gente que escuchaba desde afuera y se animaba a entrar”.

En una de sus tocatas, Triálogo invitó a un grupo de murgueros uruguayos llamados “Los Intemporales”, quienes con tambores y un entretenido coro de voces payasescas ofrecieron un espectáculo de bailes y música digno de los mejores escenarios.

Es que sin duda, lo que más llama la atención, son los tambores. El padre de Daniel y Andrés, Gabriel Blanco, es un uruguayo canoso y bromista que ha sabido impregnar a toda su familia de los ritmos del candombe. Él es uno de los principales exponentes de este ritmo acá en Chile, siendo líder de la única comparsa de Santiago y la segunda de Chile (la otra está en Concepción) y junto a sus dos hijos ha visitado varias veces la embajada uruguaya, aportando todo el sabor del candombe en distintas celebraciones, como por ejemplo, el 25 de Agosto, día patrio de Uruguay.

Y a pesar de que esta banda puede sonar como un simple proyecto familiar, los chicos de Triálogo ya piensan en grabar un disco. “Ya nos conocen bastante en los lugares donde hemos tocado, y ahora queremos grabar un disco con todas las canciones que tenemos, para ver si resulta algo en el mercado, en las radios, aunque el verdadero interés es dejar todo registrado y poder movernos con contactos influyentes del mundo de la música, como universidades u otras bandas folklóricas del continente.” –cuenta Daniel. Y mientras tanto -cuando pueden- suman a su repertorio el aporte de Gabriel y del candombe “de la calle”. Cuando los tres tambores comienzan a sonar, el público inmediatamente acepta la invitación a bailar, reflejando el sabor que tiene esta banda nacional que, poco a poco, ha sabido abrirse paso en el escenario musical del país.

posted by Alejandra Yermany @ 12:22 p. m.   3 comments
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Name: Alejandra Yermany
Home: santiago, Chile
About Me: Mi nombre es Alejandra Yermany, mido un poco más de metro y medio, mi color de piel es blanquecino (nácar, madre perla), ojos redondos, pelo castaño claro, nariz aguileña ("perfil griego" segun mi mamá). Si me visto de negro me retan y si me pongo colores no soy yo. No se ser sexy ni silbar. Me pinto las uñas negras y me gusta Hello Kitty. Hago muecas al hablar, reir, llorar, toser, estornudar, cantar, bailar....y se me va el ojo derecho, pero casi no se nota. Soy poco tolerante pero muy simpatica cuando quiero. Escucho reggaeton y a veces bailo sola en mi casa. Puedo ser muy inteligente y muy tonta a la vez. Tengo una bici rosada, un perro poodle, un celular negro y un novio artista. Quiero ser hippie pero me encanta la plata. Viviría en una choza pero bien decorada. Soy mañosa, histérica, tierna, responsable, caotica y capricornio. El mundo me queda un poco grande y vivo casi en una burbuja, pero si me dices vámonos y me tienes todo listo, me voy contigo.
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